Sigmund Freud escribió en 1915 su obra “Las Pulsiones y sus Destinos”. En ella, entre otras cosas, planteó un estudio del amor y el odio en relación con la teoría psicoanalítica del desarrollo según fases libidinales. Creo que este estudio tiene hoy relevancia para la comprensión de algunos fenómenos sociales.
Según la mencionada teoría del desarrollo, hay una fase inicial “narcisista” en la que el hombre está centrado sobre sí mismo y percibe las intrusiones del mundo como hostiles. En esta fase el odio está al servicio de la autoconservación, sirve para repeler la invasión de un entorno percibido como agresivo, y el amor no es posible.
En el siguiente estadio del desarrollo, la fase “oral”, el hombre establece un modo de relación con el mundo basado en la incorporación. En este nivel del desarrollo, el amor consiste en devorar aquello que resulta placentero, que es lo que hace el lactante con la leche materna. Éste es un amor inmaduro, apenas distinguible del odio, incapaz de reconocer la subjetividad o de respetar las necesidades del otro, hasta el punto de oponerse a la existencia separada del ser amado.
Cuando se alcanza la llamada fase “anal”, el amor toma la forma del dominio y el control del otro y resulta indiferente al daño e incluso a la destrucción del objeto (Freud utilizaba el término objeto para referirse al otro con el que se está en relación, aunque se tratase de una persona). Como en la fase oral, el amor continúa siendo ambivalente, es decir, se encuentra mezclado con el odio.
No es hasta que se llega a la fase “genital” cuando el amor se convierte en la antítesis del odio. Es entonces cuando el amor puede atender las necesidades del otro. Respeto, reciprocidad, generosidad, etc, son conceptos que encuentran su lugar a este nivel. Sin embargo, este amor coexiste con los llamados “impulsos del yo”, tendencias egoístas que buscan el interés del sujeto y que pueden entrar en conflicto con el yo o canalizar el odio.
A lo largo del desarrollo es posible quedarse fijado en una fase primitiva, inhibiéndose el acceso a las posibilidades que ofrece una mayor maduración. Incluso cuando se consigue llegar a la fase genital es posible, e incluso frecuente, volver al funcionamiento propio de fases previas en un proceso llamado “regresión”.
La mezcla de rasgos de odio con el amor puede proceder tanto de mecanismos regresivos como de los impulsos del yo, y estos procesos se activan frecuentemente ante la pérdida del objeto, es decir, ante situaciones de separación.
Resumiendo, las fuentes de la agresión al otro son múltiples y complejas, resultando complicado (y en el caso de muchos sujetos prácticamente imposible) vincularse mediante un amor maduro que excluya la agresión. Estas dificultades en la vinculación pueden manifestarse mediante violencia en las relaciones, siendo socialmente relevante en este momento el problema de la agresión a las mujeres por sus parejas o exparejas mediante la llamada “violencia machista”. Los mecanismos agresivos descritos por Freud son independientes del machismo, pero los sufren las mujeres igualmente.
El mismo Freud, en “El Malestar en la Cultura”, planteó la necesidad de una sociedad, de una cultura con unos valores, que ponga límites a la expresión “natural” y destructiva del individuo. Consideró necesaria una cierta represividad social e inevitable el malestar en la interacción entre el ser humano y su entorno. El hombre no es un querubín roussoniano orientado a hacer siempre el bien a los demás. De hecho, el mismo Rousseau planteaba la necesidad de un proceso educativo para el desarrollo de la persona.
Aunque el principio antropológico del relativismo cultural considera que todos los modelos de cultura son igualmente válidos, podemos observar las diferentes consecuencias de sostener unos valores culturales o de apoyarnos en otros. Incluso, podemos trabajar para cambiar los valores de nuestra cultura, esperando obtener unos resultados determinados.
Nuestra cultura occidental lleva ya siglos tratando de reformularse de acuerdo a unos valores cercanos a los que proponía la Ilustración. El principio de igualdad ha abierto numerosos frentes sociales, entre los que destaca el de la relación entre hombres y mujeres. Esto nos ha permitido darnos cuenta de los valores patriarcales de nuestra cultura, de cómo éstos pueden conducir a la violencia contra la mujer, y emprender un esfuerzo de refundación cultural para evitar dicha violencia.
Sin embargo, algunos de los esfuerzos orientados a combatir la llamada “violencia machista”, al atribuir todas las agresiones de hombres a mujeres a los valores “machistas” caen en una sobresimplificación.
Las mujeres sufren violencia por motivos “machistas” y por motivos “no machistas”. Son agredidas mediante mecanismos descritos por Freud y mediante mecanismos no descritos por Freud. Podemos fijar la atención en una única causa y tratar de encajar toda la realidad en ella como si fuera el lecho de Procusto, o tratar de entender el problema en su complejidad y buscarle soluciones. Si la única herramienta mental que tenemos es un martillo, trataremos todos los problemas como si fueran clavos. Así es muy difícil construir soluciones.
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