Los niños pueden sufrir problemas emocionales pero frecuentemente son incapaces de buscar ayuda profesional por sí mismos.
El abordaje del niño es distinto al del adulto. Al haber una mayor asimetría en la relación, el tratamiento del niño requiere un especial cuidado de un clima de respeto, pero sin abrumar al niño con responsabilidades que superen sus capacidades.
El tratamiento del niño requiere frecuentemente la implicación de la familia y hay que mantener un delicado equilibrio entre el respeto a la confidencialidad del niño y la necesidad de los padres de saber qué le pasa a su hijo y cómo pueden ayudar.
Las técnicas empleadas en el tratamiento de un niño son a menudo distintas que con un adulto. Por ejemplo, el juego es frecuentemente el mecanismo mediante el cual el niño expresa su malestar.
El tratamiento del niño está condicionado por su necesidad de progresar en su desarrollo y por su contexto familiar, más allá de la manifestación aparente del malestar en forma de síntomas.